domingo, 13 de noviembre de 2011

Para que no me olvides VIII. Porque me encanta pasear de tu mano.

Era una mañana de Septiembre, una mañana de nervios. Septiembre trae olor a frío y a monotonía, pero esa era una mañana cálida e irregular. Le precedía a esta mañana una noche en vela, una noche de ansia, nadie podría imaginar que las noches siguientes también las pasaría casi despierta. Recuerdo el olor a salado, típico de los pueblos costeros. Allí, en un banco, entre palmeras. Pretendía comprar comida para lanzar a los peces y que, así, pudieras verlos de cerca. Pero la marea me traicionó, estaba demasiado baja.

Había imaginado e ideado cientos de cosas para que ese día y todos los que les seguía fuesen especiales y perfectos. Pero esa mañana, en ese banco que quemaba y desprendía la ya acostumbrada timidez de los primeros instantes, entendí que poco me importaba qué hiciéramos, ni dónde estuviéramos, todo era especial solo por estar a tu lado.

Todavía cuando reconozco el olor a vainilla en mi estómago, empiezan a aparecer aquellas mariposas que, hace unos meses, creía inexistentes al pensar mis sentidos que tú estabas cerca.

Y ahora he hecho al tiempo mi archienemigo por no pararse esa mañana. El tiempo ha seguido su curso pero, yo, me he quedado allí, en ese banco oscuro, abrazándote.

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