domingo, 31 de mayo de 2009

Una noche contigo.

Lo único que sentía era tu respiración a menos de dos centímetros de mi mientras lentamente me acariciabas la cara con la yema de tus dedos que me resultaban cálidos y relajantes. De fondo esa canción tan repetida por mí, a la que solo encuentro sentido en el título y aún así me sigue gustando, no puedo dejarte de amar.

Tener los ojos cerrados para solo abrirlos unas cuantas veces queriendo cruzarme con tu mirada mirada cada vez que los abriera y sentir respuesta en esa mirada, en tu mirada, una respuesta que me decía: Tranquila, yo te protejo, nadie me separará de ti, estoy a tu lado. Volverlos a cerrar con un simple parpadeo con el conocimiento de que me miras y, de que estás a mi lado.

Una luz tibia que deja ver, pero no mirar, una luz lo suficientemente tenue para que no haya luz y en su punto de brillantez para que no haya oscuridad. Oler, oler a mar, oler a salado, a agua salada del mar, ese olor indescriptible del sur, al igual que la brisa ligera que genera, fria, envolvente … pero apetecible. Mezclar el sonido de la música con el de las olas del mar rompiendo y también, mezclar la luz de la única y simple lámpara que te ilumina con la luz que entra por la ventana de la luna que avisa de que hoy está menguante. Tantas cosas que sentir y percibir.

Sentir un leve contacto de tus labios con los míos avisando de que esta escena ya termina y que han ocurrido tantas cosas en un solo momento de las cuales yo solo me he dado cuenta y he querido saber que tu estabas a mi lado. Así sentir que el calor que acabas de dejar se va contigo y dejas la forma de tu cuerpo entre las sábanas y en mi mente un te quiero perpetuo; en mis labios el sabor de los tuyos; en mi cama tu olor y una noche entera me regalas en vela para pensar en lo ocurrido y si volverá a ocurrir.

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