sábado, 3 de marzo de 2012

Ascensores de treinta segundos.

¿Lo sientes? El final se acerca como siempre. Prisas y reproches internos. Y llega, y te beso, y me voy sin pensar. Entro en el ascensor con las maletas llenas y la cabeza vacía. Y cuando vuelvo a la cordura me pregunto por qué no te abracé, por qué me fui sin decir te quiero, por qué no te besé más, por qué te di aquel beso rápido que supo al último, ese beso sin pasión que prometía un: "cuando tenga tiempo lo alargamos".

Lo que no sabes es que ese beso no llegará. Comenzar algo es el principio del final. Hay finales que vienen acompañados de luces y señales, los típicos finales en los que se puede apreciar de lejos que se acaba, en los que tú ni si quiera te das cuenta. En los que no puedes hacer nada. Finalmente acaba cayendo la venda que te cegaba y empiezas a ver la realidad. ¿Por qué nos ciega tanto el amor?

Es ahí cuando comprendes que no es para ti. Maldita sea. Cómo iba a ser para ti, querida egocéntrica. Ella era mucho más que tú, demasiado. Dolor, incomprensión, aturdimiento, incredulidad, más dolor, ganas de nada, odio, lágrimas y vuelta al amor. ¿Por qué nos empeñamos en odiar a alguien por quien daríamos la vida? Y ahora, después de todo, es cuando, por muy tópico que suene, te das cuenta de que te ha robado la razón. Y salgo de aquel ascensor de color y recuerdos inolvidables con la cabeza más llena que las maletas y el corazón latiendo por una sola razón.

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